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Guía del idiota para luchar contra la dictadura siria y a la vez oponerse a la intervención militar

Fuentes: Jadaliyya.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

[Resulta oportuno escribir estas líneas desde Beirut, donde se da una profunda polarización entre quienes morirían por el régimen sirio y quienes querrían que desapareciese a toda costa. Los que no soportan ninguna de esas dos posturas son tachados, por ambas partes, de cobardes y oportunistas; también por quienes integran el campo pro saudí. Fuera del contexto árabe, a los comentaristas pro-Israel no les va a gustar la posición que aquí matizo porque Israel y EEUU aparecen con una luz no precisamente favorable. Tan buena compañía como son… El autor NO postula que esta sea la mejor interpretación acerca de una posición matizada: tan solo es una de las que cabría hacer.]

Tras casi cinco décadas, una vez llegado el momento de oponerse públicamente al gobierno autoritario en Siria, uno habría pensado que eso era lo racional y decente que cabría hacer. Y lo es. Más que eso, es una responsabilidad para cualquiera que se preocupe por los sirios (dejemos «Siria» a un lado por el momento) y de su lucha a favor del establecimiento de un sistema político libre de toda forma de opresión. Por tanto, ¿dónde está exactamente el problema?

¿Por qué combatir la dictadura es algo intuitivo?

Es fácil, racional y justo adoptar una oposición inequívoca ante las largas décadas de gobierno autoritario del régimen sirio. Es igualmente fácil, racional y justo condenar severamente y oponerse a los diez meses que lleva el régimen aplastando a manifestantes independientes. Sin embargo, los partidarios del régimen y diversas gentes del campo antiimperialista replican que algunos de esos manifestantes son agentes de fuerzas externas o simples bandas armadas.

Aunque puede haber un ápice de verdad en ese argumento, resulta algo vano. Es, en realidad, un insulto a la inteligencia de cualquier observador sirio. Pasa por alto la brutalidad del régimen en los últimos diez meses de levantamiento. Borra temerariamente décadas de opresión, detención, encarcelamiento, amordazamiento, excomunión política y tortura que el régimen ha venido imponiendo ante cualquier mero indicio de oposición. Ese es el régimen que cumplirá cincuenta años el próximo año.

En efecto, solo el implacable autoritarismo de Sadam Husein en Iraq logró superar el legado represivo del régimen sirio. Esto no es ningún secreto. No es una descripción polémica. Es así a pesar de la relativa estabilidad de Siria hasta marzo de 2011. Sus instituciones eran humildes pero suficientemente funcionales. Sus ciudades eran relativamente seguras. Y a partir de los últimos años de la década de los ochenta, sus centros urbanos alardearon de una vida cada vez más bulliciosa y dinámica. El régimen vendió esas características como un modelo de «paz social».

La amenaza de duras represalias, junto con la formación y cooptación estatal de una clase empresarial excepcionalmente corrupta, constituían algunas de las desoladoras piezas que mantenían unida esa frágil «paz social». A este respecto, también fue importante el hecho de que el estado del bienestar sirio pudo satisfacer las necesidades mínimas de la mayoría de los ciudadanos sirios hasta los años noventa, aunque las zonas rurales estaban en gran medida abandonadas. Por último, es precisamente la relación entre el estado y los más altos niveles empresariales de mediados de la década de los ochenta, lo que exacerbó gradualmente la polarización regional y social de Siria. Después de la sucesión de Bashar al Asad en 2000 y, en última instancia, la llegada de un equipo de supuestos «liberalizadores» en 2005, el partido Baaz sirio (en todos los lugares) introdujo lo que denominaron Economía de Mercado Social. Y fue para responder a varios llamamientos que no emanaban de la mayoría de ciudadanos sirios. Dentro de la aún constitucionalmente república socialista, el nuevo anuncio pretendió dar un golpe casi formal a los restantes vestigios de una economía centrada en el Estado.

Una serie resultante de camufladas políticas neoliberales y de mala suerte exacerbaron las disparidades estructurales y el descontento social existentes entre los menos privilegiados. La creciente retirada de subsidios estatales y de prestaciones sociales, la introducción gradual de débiles instituciones de mercado para sustituir a las corruptas pero funcionales instituciones del estado, junto con la continuada y terrible mala gestión de la economía se convirtieron en un conglomerado que propició el descontento social. Las escasas lluvias a lo largo de la última década causaron además migraciones masivas y la pérdida de puestos de trabajo en el campo, añadiendo combustible y, si así se me permite decirlo, ubicación, al fuego de las potenciales protestas sociales a partir de 2010. Solo se necesitaba una chispa. Bouazizi la proporcionó. La «paz social» de Siria quedó expuesta y diezmada.

Pero no todo empezó en marzo de 2011. Bajo las tranquilas y confortables calles de Damasco y Alepo, quedaban y aún quedan miles de prisioneros políticos. Atestando las cárceles sirias y aisladas unidades de confinamiento incluso mucho antes del levantamiento, había islamistas y ateos, liberales y comunistas y de muchas más procedencias. Los prisioneros eran de todo tipo y condición y, en efecto, se ajustaban a la retórica oficial del régimen sirio. Incluían a quienes habían dedicado sus vidas a defender la causa palestina contra el apartheid del estado de Israel. También a quienes habían conseguido honorables records oponiéndose a la duplicidad de EEUU y sus brutales políticas en la región, su apoyo a las dictaduras y su lanzamiento de guerras bárbaras a partir de falsos relatos.

La culpa de los prisioneros no era ser conspiradores, sino oponerse al régimen. Su encarcelamiento y tortura subrayaban el hecho de que el antiimperialismo no ha sido nunca, ni será, la prioridad del régimen. Está claro que el Consejo Nacional Sirio (CNS) no va a ser mucho mejor en ese aspecto. En realidad, el Consejo es ya mucho peor en lo que se refiere a los asuntos relacionados con la autonomía frente a los actores externos.

La tragedia es que la ascensión de tal entidad problemática -el CNS-, que cuenta con diversos grados de apoyo local, es una prueba innegable de la profunda represión y bancarrota del régimen. Algunos pueden defender que el apoyo del régimen a varias legítimas causas regionales, o a «la causa», es un subterfugio ante la horrenda represión interna que crea resentimiento incluso entre los defensores de las causas. Muchos sirios están hartos de esa duplicidad, que se ha mantenido a sus expensas. Puede incluso que parezcan no estar interesados en las cuestiones y cálculos regionales. Muchos de los que se mueven en el campo «pro resistencia» consideran esa no prioridad del antiimperialismo, o incluso el llamamiento interno a una intervención externa, como una traición. No son capaces de captar la exasperación, desesperación, vulnerabilidad y, en última instancia, la fuerza motivadora de la auto-preservación. No ha sido sino el régimen el que ha motivado el nacimiento de ese imperativo de auto-preservación.

El imperialismo no es siempre el problema principal para el régimen sirio ni para los manifestantes

Para los analistas que viven fuera de Siria, una cosa es oponerse y condenar la intervención extranjera (entre los que se cuenta de forma inequívoca quien estas líneas escribe), y otra cosa es asumir que forman parte de una conspiración aquellos que en las presentes circunstancias la están pidiendo en Siria.

Lo repito de nuevo, es la brutalidad del régimen sirio desde 2011, aunque también desde mucho antes, lo que ha creado las condiciones para que aumente el apoyo de la calle a la petición de una intervención extranjera que detenga la matanza. Es verdad que algunos pueden haber tenido desde el principio motivos ulteriores, conexiones o planes como partidarios de la intervención. Pero la mayoría de los que piden la intervención se han visto brutalmente obligados a hacerlo. En estos momentos no están pensando en la cuestión de apoyar u oponerse al imperialismo.

Tengan ahora un poco de paciencia conmigo. Imaginemos un escenario salvaje en función del cual EEUU hubiera debido intervenir para detener la masacre israelí contra los palestinos en Gaza en enero de 2009. ¿Habrían objetado algo los habitantes de Gaza, bajo una lluvia diaria de bombas y balas, en función del carácter imperialista de EEUU? ¿O quizá los gazatíes lo habrían rechazado debido a sus sospechas acerca de los potenciales planes de EEUU para la etapa post-intervención? Seguramente muchos desde fuera estarán pensando y puede que también algunos desde dentro. Pero probablemente la mayor parte de los gazatíes no se habría entretenido en reflexiones ideológicas y geoestratégicas mientras desde los cielos se abalanzaba la muerte. Además, incluso si en ese escenario bárbaro hubiera resultado corta de miras la aceptación por parte de los habitantes de Gaza de la intervención exterior, hubiera sido absolutamente ridículo afirmar que todas esas personas formaban parte de una conspiración imperialista.

No siempre es algo esencial para todos la lucha contra el imperialismo. No reconocer esto es perder la lucha contra el mismo imperialismo.

El campo de la «resistencia» parece querer, o esperar, que las personas y las familias que están siendo cazadas y tiroteadas por las calles sirias den prioridad a la retórica antiimperialista del régimen por encima del instinto de auto-preservación y de su lucha por la libertad frente al autoritarismo. De nuevo hay que recalcar que esa lucha no puede quedar invalidada por el hecho de que algunos dentro de Siria estén abusando de esta dinámica para pedir el tipo de intervención exterior que los enemigos regionales e internacionales del régimen soñaron siempre.

Si los retrógrados del campo «pro-resistencia» sienten indignación o angustia ante esas llamadas, deberían recordar la historia moderna de Siria. En efecto, es el campo antiimperialista y a favor de la resistencia quien tiene algo que hacer en estos momentos. Cualquier tipo de antiimperialismo debe necesariamente incluir un rechazo del autoritarismo. Apoyar la resistencia al imperialismo a expensas de los derechos más inalienables de toda una comunidad solo puede augurar la derrota. Por tanto, dejémonos ya de este juego tonto y ofensivo de acusar a los detractores del régimen sirio de ser necesariamente pro-imperialistas.

Como saben bien los hombres fuertes del régimen, los sujetos, los observadores y los detractores, la prioridad del régimen ha sido por encima de todo, y sí continúa siendo, su propia preservación. Desde la perspectiva del régimen, si eso implica o permite la resistencia ante el imperialismo, donde ciertamente ha hecho más que cualquier otro en la región en los últimos tiempos, mejor que mejor. Si no, bien, mantenerse con vida es ya suficiente, aunque en ocasiones sea necesario situarse al lado de EEUU o de regímenes árabes reaccionarios. Esto es algo parecido a la problemática imagen de EEUU apoyando la democracia en el mundo; si puede involucrarse en la promoción de la democracia, muy bien. Si no, si hay que promover dictaduras que sirvan a sus intereses (como es el caso en el mundo árabe), tanto mejor. Esto se debe a que el objetivo de EEUU no fue nunca crear regímenes democráticos, tan solo patrocinar aquellos dispuestos a acatar sus deseos.

Finalmente, es de vital importancia desentrañar las fuentes de las críticas al régimen sirio. ¿Tienen las críticas en mente los intereses de Siria? ¿O van buscando el mayor beneficio para los intereses del establishment estadounidense e israelí y de sus defensores? Por no mencionar la importancia de desentrañar a toda una camarilla de actores diversos, como son Arabia Saudí y sus secuaces, varios países europeos y lo que queda del movimiento libanés del 14 de Marzo.

¿Por qué se aborrece la intervención extranjera?

Proteger y defender el autoritarismo partiendo de la base política de que sirve como resistencia ante la intervención extranjera, se ha convertido en una visión desesperadamente miope desde la perspectiva misma de quienes están a favor de la resistencia. De la misma manera, no comprender las implicaciones y consecuencias de una intervención extranjera en Siria en la coyuntura actual es igualmente miope a todos los niveles. Este momento de agitación regional y repugnantes alineamientos políticos que unen lo peor de las políticas exteriores del «Oriente» y del «Occidente» y que data ya de décadas (en realidad, mucho más tiempo que el record del régimen sirio oprimiendo a sus propios ciudadanos), hay que tener suma precaución. Es decir, Siria está siendo utilizada por varias potencias -incluido EEUU, Arabia Saudí y sus coros- como ocasión para conseguir sus objetivos respectivos o colectivos en la región. Y sus propósitos son sin duda reaccionarios respecto a los intereses de la mayoría de los pueblos de la región, como las pasadas décadas nos atestiguan y como los actuales levantamientos contra los «frutos» de esos objetivos dejan claro, incluso para algunos escépticos. Sin embargo, esto no significa que debamos retirar nuestra oposición y parar la lucha contra la dictadura siria. Solo sirve para recordarnos cómo no tenemos que hacerlo.

Hay que empezar con la afirmación, sencilla y sin dramatismos, de que la situación siria es algo más que la situación siria. Sin embargo, esta afirmación no debe hacerse a expensas de las vidas sirias. Desde mediados del siglo veinte, que se pusieron en marcha una serie de diseños europeos para dominar e influir en los países o políticas del Oriente Medio a través de esquemas tales como el Pacto de Bagdad, Siria era, ante todo de forma pasiva, un importante premio regional. Una vez que Hafez al-Asad tomó el poder en el llamado «Movimiento Correctivo» de 1970 y 1971, Siria se convirtió en un actor regional mucho más fuerte que pudo determinar no solo su propia política interna sino también, en ocasiones, la de otros países.

Siria se trocó, especialmente, en un miembro dirigente del «frente del rechazo»: un frente que buscaba plantar cara a Israel sin sucumbir ante planes bilaterales de «paz» que no perseguían una solución justa y global al conflicto israelo-palestino. Salvo por un breve período de confrontación entre Siria e Israel en 1982 -cuando Israel derribó varios aviones de combate sirios en un patético enfrentamiento de poder aéreo-, la historia dice que la frontera israelo-siria ha sido el lugar más seguro sobre la tierra, a pesar de la ocupación de los Altos del Golán. Sin embargo, por poderes, y sobre todo a través de actores no estatales como Hizbollah y Hamas, Siria se convirtió en el último y único estado en enfrentarse a Israel. A nivel regional, el régimen sirio adquirió una reputación de valentía. Eso no se debió a que luchara activamente contra el racismo y la conducta ilegal de Israel. Fue porque todos los demás estados árabes eran más o menos unos calzonazos, por utilizar una palabra sofisticada (aunque algunos afirman que eran racionales, pero dejemos eso para otro momento).

En 1993, la postura de Siria como «único» estado capaz enfrentarse parecía estar aún más reforzada. Eso era debido, por una parte, a la irrelevancia militar y derrota iraquí. Por otra, la «paz» con Israel había proliferado en múltiples frentes: los acuerdos de Oslo, el tratado de paz israelo-jordano y flirteos más profundos entre Israel y diversos países árabes, especialmente Qatar y Marruecos. Cuando Gadafi dio el finiquito a EEUU y al Reino Unido por ser chicos malos y se unió con prontitud a la comunidad de naciones legales, no fue otro sino el gran intelecto de George W. Bush quien consideró a Gadafi como una especie de modelo. A mediados de la pasada década el régimen sirio era el único país árabe que quedaba que no estaba dispuesto a halagar a EEUU.

El régimen sirio fue más allá. Continuó apoyando la resistencia contra la ocupación israelí sosteniendo tanto a Hamas como a la Yihad Islámica (ambas con oficina en Damasco). Se opuso a la brutal y arrogante invasión de Iraq en una forma que ningún país árabe hizo. Continuó siendo el único estado bien dotado laico y explícitamente, aunque solo fuera de forma retórica, antiimperialista en la región.

Pero para EEUU, Israel, algunos países europeos, Arabia Saudí y sus acólitos en el Líbano y en el Golfo, es el eje Siria-Hizbollah-Irán el que sigue constituyendo el desafío más formidable. Sacar de ahí a Siria debilitaría a Hizbollah y aislaría a Irán, el gran premio. Con Siria fuera de juego, Hizbollah se quedaría sin su seguro corredor de transporte de armas y vería reducida su capacidad de respuesta en caso de un ataque contra Irán.

Un ataque contra Irán enfrentaría también a Turquía con un dilema. Aparte de las dos caras de su posición frente al autoritarismo sirio a la vez que oprime a la resistencia kurda, Turquía tendría que equilibrar dos deseos conflictivos. Por una parte, la administración turca confía en alimentar su imagen hegemónica regional a través del consentimiento y admiración de la calle árabe. Pero es esa misma calle la que rechaza la alianza EEUU-Arabia Saudí que Turquía está implícitamente apoyando mientras dicha alianza se esfuerza en aislar al régimen sirio.

En cualquier caso, excluyendo a Turquía, los actores que se amontonan para beneficiarse de la caída del régimen sirio son, en un análisis final, no menos problemáticos que el régimen sirio mismo. En resumen, esos actores son en realidad más violentos, discriminatorios y antidemocráticos respecto a su visión colectiva y/o individual a largo plazo para la región. ¡La unión hace la fuerza! Si alguno apoya o no al régimen sirio, la caída del régimen sirio es algo más que esa caída.

Esto no significa que haya que oponerse a esa caída por medios internos. Como he defendido en otra parte (aquí [*] y aquí), el pasado o el potencial papel regional de Siria no debe ser una excusa para apoyar su mantenimiento. En cambio, apoyar la desaparición del régimen sirio por todos los medios, incluida la intervención militar externa, es tremendamente insensato, especialmente si el objetivo es salvar vidas sirias o crear el marco para una vía de autodeterminación post-régimen.

Cualquier intervención militar que venga apoyada por la colección arriba citada de tipos torpes y brutales devastará Siria debido a una gran cantidad de consecuencias intencionadas o imprevistas. La extraña y cruel afrenta incrementaría exponencialmente el número de víctimas sirias tanto en términos absolutos como relativos, sin conseguir ningún resultado definitivo apreciable. Además, un factor externo encendería de nuevo otras luchas locales y regionales en vez de poner sencillamente fin a un gobierno interno autoritario y preparar el camino para los desarrollos democráticos.

Uno puede sentirse hoy conmovido por la urgencia de salvar vidas sirias pero si este es el objetivo final, y si la autodeterminación de los sirios es el resultado deseable, uno puede fácilmente ver los peligros de una intervención militar que convertirá en una especie de picnic la actual matanza. Consideraciones ideológicas aparte, puede discernirse la magnitud de la complejidad y el caos anticipando sencillamente el conflicto que envolverá a Irán, Hizbollah y a un amplio sector de la población siria. La oposición interna y regional a la intervención militar externa en Siria aumentará más aún cuando el ataque se haga inminente. A menos que la brutalidad del régimen alcance aún proporciones más graves antes de la intervención (mis disculpas por la frialdad de este cálculo), será algo contraproducente, por decirlo de forma suave.

En cuanto al engaño de las zonas de exclusión aérea que se estima pedirán muchos, aunque se opongan a una intervención militar a escala total, me recuerda a la forma en que algunos chicos solían prometer a sus novias que no iban a hacerlo hasta el final. Las zonas de exclusión aérea son igualmente poco realistas y, al fin y al cabo, mucho menos placenteras. No puedo decir más aquí y no puedo creer que vaya a mantener la frase anterior en el escrito.

En resumen, ambas posturas son factibles de forma simultánea: oponerse al régimen y oponerse a la intervención militar extranjera. El problema se plantea con la cuestión de la agencia.

El problema residual de este artículo

Para no sentirme superado por este artículo, es vital señalar un defecto, o ausencia del mismo, dentro de él e introducir una advertencia anticlimax. Primero, debo admitir que el tenor de la posición elaborada en las líneas anteriores carece de una agencia clara (por ejemplo: una institución, partido o movimiento) que pueda convertirla en una senda real y practicable. El CNS no es precisamente la respuesta. Pero esta cuestión no ha sido nunca el objeto del debate discutido en ellas. Por tanto, este artículo es un intento muy modesto y desesperadamente insuficiente para engendrar una discusión que sitúe o catalice tal colectivo.

Algunas tendencias de la oposición, incluida la dirección de los comités nacionales de coordinación, mantienen una posición matizada pero por lo general se oponen ferozmente. Según los manifestantes y organizadores independientes sobre el terreno en Siria, hay espacio para el crecimiento y eficiencia de una oposición verdaderamente democrática que no siempre está de acuerdo con el CNS. Es verdad, ambos partidos pueden hoy beneficiarse uno de otro para sus propios objetivos. Sin embargo, hay una creciente preocupación entre muchos activistas sobre el terreno respecto a adónde se dirige el CNS, cómo está funcionando ahora y cómo va a funcionar a largo plazo. Esta tensión, que se hace evidente entre el CNS y otros grupos de la oposición más pequeños fuera de Siria, aún no se ha hecho explícita. Quizá los rayos de luz más brillantes sean los informes de que la mayor parte de la oposición en el interior de Siria no sigue los consejos de nadie de fuera de Siria, y por muy buenas razones, a pesar de la apariencia en contrario. Solo estas fuerzas internas son las que pueden resolver el problema del liderazgo.

La advertencia anticlimax que ofrezco es que nadie, fuera del CNS y de una parte de la oposición interna, está pidiendo una intervención extranjera de forma inexorable. Y no es por falta de necesidad o deseo. Además de los argumentos sugeridos arriba desde un punto de vista general, la ausencia de disposición a una intervención exterior se debe a múltiples factores que no pueden siempre intuirse.

Puede ser en gran medida por la coyuntura crítica, algo de disuasión y un poco de cinismo entre quienes se mueven en el campo anti-sirio (contra su régimen, importancia geoestratégica y/o pueblo). En primer lugar, Siria no es Iraq ni Libia. No tiene amplios recursos naturales que utilizar como hipoteca de futuros reembolsos para «nobles acciones» (¡Occidente tiene que dejar de liberar a los pueblos!). En segundo lugar, los disturbios pueden potencialmente desbordarse a los nuevos campeones de la democracia en y alrededor de la Península Arábiga, por no mencionar al Líbano y los peliagudos derivados de nuevas inestabilidades en ese país «dejado de la mano de Dios». En tercer lugar, el actual régimen sirio lleva décadas protegiendo sus fronteras con Israel (con él mismo actualmente si pensamos en los Altos del Golán). Nada malo ante las largas décadas de violaciones del derecho internacional por parte de Israel. En cuarto lugar, Siria tiene muchos amigos, grandes y pequeños, que no se detendrán. Y algunos, como Rusia, tienen una flota fondeada cerca de las costas del norte de Siria.

Por último, como el venerable Kissinger solía decir en la década de los ochenta (estoy parafraseando): Dejen que los iraníes y los iraquíes se maten entre ellos, que eso le facilitará las cosas a EEUU. Así pues, a algunos les gustaría que los sirios se mataran unos a otros, durante un espacio de tiempo bastante largo antes de poner en marcha la intervención. Se sentirían felices de ver cómo se deshacen incluso la infraestructura y las instituciones sirias mientras se exacerban las divisiones políticas y sociales hasta un punto en que se reduzcan las posibilidades de una futura acción colectiva durante mucho tiempo. Se desconoce la trayectoria de Siria a largo plazo tras la caída del Baaz, bien se trate de considerar cuestiones de resistencia, antiimperialismo o la lucha para reconquistar el Golán. Por tanto, desde la perspectiva de todos los que se mueven en el «campo Kissinger», ¿porqué no esperar a que Siria y los sirios se debiliten aún más, en lugar de empujarles ahora a un veloz final? Si uno, o un gobierno, apoya la seguridad del estado-apartheid de Israel, ¿qué podría ser mejor que una prolongada carnicería en Siria?

Por tanto, por el momento, una intervención militar externa no está aún de forma seria sobre la mesa. Pero los conflictos del discurso alrededor de esta cuestión proseguirán. De ahí, esta guía para idiotas.

N. de la T.:

[*] Véase la traducción al español del artículo referido en:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=136155

Bassam Haddad es Director del Programa de Estudios sobre Oriente Medio y profesor del Departamento de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad George Mason, y es también profesor visitante de la Universidad Georgetown. Es autor, entre otros libros, de «Business Networks in Syria: The Political Economy of Authoritarian Resilience» (Stanford University Press). Es co-fundador y editor de Jadaliyya; co-productor y director del film «About Bagdad«; ha dirigido recientemente una película sobre los emigrantes árabes/musulmanes en Europa titulada «The ‘other’ thread«, etc.

Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/4065/the-idiots-guide-to-fighting-dictatorship-in-syria