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Aumentar tamaño del texto Disminuir tamaño del texto Partir el texto en columnas Ver como pdf 23-01-2017

¿Puede el chavismo recuperar a la "clase media"?

Luigino Bracci Roa
El espacio de Lubrio


A mediados de octubre, en un conjunto residencial con varias torres ubicado en Los Ruices, un ente público que funciona allí planeaba realizar un operativo de venta de carne y pollo a precios menores que los que se ven en las carnicerías. El operativo en principio era para sus trabajadores, pero querían extenderlo a los habitantes de las torres, dado que se iba a hacer en el estacionamiento del conjunto.

Pude ver en un grupo de Whatsapp del conjunto residencial, que la mayoría de quienes viven allí estaban felices de que instituciones públicas les iban a hacer un operativo de alimentos. Y ello a pesar de que casi todos son opositores. 

Sin embargo, en una de las torres viven algunos opositores extremistas, quienes se negaron rotundamente a que el operativo se realizara. Y, aún cuando la mayoría de los habitantes de las otras torres querían el operativo, éste tuvo que cancelarse. Estos opositores prefirieron no pelear con sus vecinos más extremistas, y se resignaron a comprar los alimentos en los supermercados y carnicerías locales, que ofrecen precios que, para algunos vecinos, son simplemente inalcanzables.

Proponer operativos que pueda ayudar a personas de zonas opositoras es algo que causa muchas controversias, tanto en el sector chavista como en el opositor. Entre los revolucionarios habrá quienes se negarán rotundamente, recordando que en zonas como Los Ruices vive gente muy extremista en contra del gobierno. Siguen frescos los recuerdos del asedio en diciembre de 2002 contra la sede de Venezolana de Televisión (el principal canal del Estado, ubicado en el corazón de esta urbanización), o los eventos ocurridos en Los Ruices durante las guarimbas de 2014, donde murieron dos de las 43 víctimas de estas protestas violentas ―un motorizado partidario del gobierno y un efectivo de la Guardia Nacional Bolivariana―, por disparos efectuados desde los edificios.

En 2014 también hubo duros enfrentamientos entre vecinos y fuerzas del orden públicos, con personas lanzando botellas y objetos contundentes desde los edificios contra cuerpos de seguridad, y éstos penetrando a los edificios y sacando arrastrados a los presuntos causantes de estos hechos. El humo de las bombas lacrimógenas afectó la salud de algunos residentes del lugar, aunque no tanto como las fogatas de las guarimbas que duraron semanas ardiendo todas las noches. 



También hubo agresiones contra algunos trabajadores públicos, quienes dejaron de usar por un tiempo sus uniformes e insignias, y cambiaron sus rutas para entrar y salir de donde laboran.

Es cierto que en Los Ruices, la mayoría de sus habitantes son opositores al gobierno de Nicolás Maduro. Pero también debo decir algo: la mayoría de sus habitantes son personas pacíficas y razonables.

Los recuerdos de las semanas de enfrentamientos entre personas encapuchadas y efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana han hecho que muchos revolucionarios crean que todos los habitantes de Los Ruices son personas extremistas, violentas y poco razonables. Y sí: no voy a negar que algunos son así. Pero la mayoría, si bien pueden tener una posición política opositora, se niegan a caer en extremismos.

De hecho, la mayoría de ellos son personas trabajadoras y asalariadas, que cobran 15 y último en una empresa privada o pública, o que trabajan por su cuenta. Tal vez no lo saben, pero tienen más en común con la izquierda política, que con los grandes empresarios y dueños de los medios de producción.

¿Qué es la clase media?


Hace mucho tiempo que perdí la definición de lo que es “clase media”. Algunos simplifican el tema peligrosamente, afirmando que “clase media” son los que viven en edificios del este de Caracas y “clase baja” son las personas que viven en los barrios y sectores populares. Peor aún: hay quienes creen que la revolución bolivariana está hecha únicamente para beneficiar a los sectores populares, mientras que la clase media ―según ellos― es pudiente, adinerada y puede soportar los embates de la guerra económica, que supuestamente es causada por la propia clase media.

Pero la verdad es que el término “clase media” se ha vuelto muy confuso y difícil de definir, y más aún en estos días.

Algunos confunden “clase media” con “pequeña burguesía”, término marxista que se aplica a quienes son dueños de pequeños medios de producción, pagan la fuerza laboral de otras personas y suelen trabajar junto con ellos. Muchos pequeñoburgueses creen que pueden formar parte de la burguesía (los dueños de los grandes medios de producción) y que están casi al mismo nivel de las familias Cisneros, Mendoza, Zuloaga y tantos otros “amos del Valle” venezolanos. Pero les cuesta mucho darse cuenta de que éstos nunca los aceptarán, y que sus intereses no son los mismos.

Por otro lado, el marxismo también define al proletariado como todas las personas que tienen que arrendar su fuerza laboral para poder ganar un salario: son la clase trabajadora, la fuerza indispensable para realizar una revolución. Algunos proletarios están conscientes de la clase a la que pertenecen, mientras que otros tienden a defender los intereses de la burguesía: los marxistas los llaman “desclasados”.

Es cierto que en el este de Caracas podemos encontrar a la pequeña burguesía: dueños de consultorios y clínicas, bufetes de abogados, supermercados, empresas pequeñas y medianas, etcétera. Ganan muy bien, tienen varios automóviles y camionetas, viajan mucho al exterior, estudian en universidades privadas o en otros países, tienen casas en la playa, etc.

Pero en urbanizaciones como Los Ruices, Los Dos Caminos, Caricuao, San Agustín del Norte, La California o La Candelaria no encontramos a la pequeña burguesía. Para encontrarlos, tienes que ir a Los Palos Grandes, Sebucán, Altamira,Los Chorros, Santa Fe, ciertos sectores de El Hatillo, Los Naranjos y otras urbanizaciones mucho más pudientes.

Nueva clase media latinoamericana


¿Qué es lo que ha pasado en nuestros países? El propio presidente ecuatoriano Rafael Correa dio luces sobre esto hace un par de años. En 2014, cuando Brasil se prestaba a organizar el mundial de fútbol, miles de personas se lanzaban a las calles a protestar. Para algunos, era inaceptable que el país gastara cientos de millones de dólares en organizar un mundial de la Fifa y unos futuros Juegos Olímpicos, cuando había tantos problemas y carencias aún no resueltos.

Entrevistado el 14de junio de 2014 en el programa “DeZurda” con Diego Armando Maradona y Víctor Hugo Morales, Correa indicó que no deseaba inmiscuirse en asuntos internos, pero que en Brasil se estaba eliminando la pobreza extrema para que surja una nueva clase media, con nuevas aspiraciones.

Correa explicó que, si bien algunas de las protestas en Brasil probablemente eran justificadas, él apoyaba totalmente a Dilma Rousseff. “Probablemente los reclamos son producto del éxito del Partido de los Trabajadores, porque en Brasil ha disminuido la desigualdad impresionantemente. Ha disminuido la pobreza, ha crecido la clase media, y hay nuevas exigencias, nuevas demandas, nuevas expectativas”.

Antes se pedían más escuelas, ahora se piden mejores escuelas ―explicó Correa―. Antes se protestaba porque no había hospitales, ahora se protesta para que los hospitales sean mejores. Están despertando las exigencias de esa nueva clase media. ¡En buena hora! Pero hay que reconocer todo lo que han hecho Dilma, Lula y el Partido de los Trabajadores”. Insistió en que “decenas de millones de personas han salido de la pobreza. La clase media ha crecido impresionantemente, y te insisto: eso genera nuevas demandas y expectativas en la gente”.

En Venezuela, la posibilidad de que una familia humilde de un barrio tenga médicos cubanos a pocos metros de distancia, quienes hasta los visitan a sus casas y les hacen exámenes de medicina preventiva, es algo espectacular, que ha salvado decenas de miles de personas y ha alargado la expectativa de vida de muchísimas personas. Ni siquiera la clase media de las urbanizaciones tiene medicina preventiva.

El tener mercales y bodegas surtidas, de acceder a mejores alimentos de los que se accedían hace 15 años, con precios regulados y asequibles. La posibilidad de que Barrio Nuevo Barrio Tricolor mejore tu vivienda. O de que puedas tener acceso a una, a través de la Gran Misión Vivienda Venezuela. El que tu hijo o hija tenga una computadora Canaima desde primer grado, o que pueda estudiar en una universidad pública (algo impensable para un muchacho de barrio hace 20 años). Todo eso es prueba de que, en nuestros barrios, está creciendo una floreciente “clase media”, aunque a muchos les choque el término o éste sea inadecuado.

El crecimiento de la “clase media”, o en todo caso, de la población venezolana con título universitario, los “profesionales” (sin importar si viven en un barrio o en una urbanización), es innegable. Maduro dio pruebas de esto en su reciente Mensaje Anual, emitido el 15 de enero de 2017 desde e Tribunal Supremo de Justicia.

Allí dio cifras de cómo la población profesional venezolana subió de 984.000 en 1999, a 4.919.000 en 2016: un crecimiento de 400 por ciento en 17 años. Aspira que en 2019 haya 8 millones de profesionales, a medida que los estudiantes universitarios actuales (unos 2,8 millones de personas) se gradúen. Maduro también reveló que, al comenzar la revolución, sólo el 11,2% de los trabajadores ocupados tenían nivel universitario. Esa cifra se incrementó a 37,7% en 2016.

Hoy día, en parte gracias a la revolución bolivariana, es frecuente encontrar profesionales universitarios, egresados de la Unefa, la UBV y otras casas de estudios, viviendo en barrios y sectores populares, incluyendo profesores y docentes universitarios, o personal de entes públicos con cargos de nivel medio y alto.

También es muy común hallar a proletarios y trabajadores, empleados administrativos, oficinistas, trabajadores por cuenta propia y todo tipo de profesionales que trabajan para un patrón y cobran su sueldo dos veces al mes, viviendo en edificios de Caricuao, El Paraíso, Puente Hierro, La Candelaria, La California Norte, La Urbina o la avenida Libertador.

Durante los primeros años de su gobierno, el Presidente Hugo Chávez hablaba de que su meta era la construcción de “una gran clase media”. El 15 de abril de 2003, dio las siguientes declaraciones a medios internacionales: “Aspiro que Venezuela sea un país de una gran clase media, que sea un país de clase media. Habrá un sector de clase alta, sin duda y ojalá no haya sectores marginales, pero que Venezuela sea un país de clase media profesional, trabajadora, dinámica, intelectual, estudiosa, con salud física, mental, espiritual y moral, eso es, hacia allá va la Quinta República”.

Con el tiempo, Chávez dejó de usar el término “clase media”. Sin embargo, el que una cantidad inmensa de personas de los sectores medios y populares hayan podido convertirse en profesionales gracias a una gran cantidad de nuevas universidades creadas por su gobierno es, sin duda, uno de sus mayores logros.

Pero también es innegable que, en muchos casos ha faltado la politización necesaria a estos nuevos profesionales. O se ha malentendido lo que es politización: para muchos, politizar es “hacerles entender que hay que votar por Fulanito”, y eso es falso. Politizar es explicar a las personas cómo funciona el sistema capitalista en el que vivimos, y por qué hace falta construir un mundo distinto, bajo un nuevo sistema político y económico que aún está en discusión.

Eso inevitablemente te hará entender por quien debes votar, pero lo harás con conciencia: No votarás por Fulano porque te haya dado médicos, televisores o Canaimitas, sino porque Fulano es parte de un esfuerzo colectivo para cambiar el sistema económico y político a uno nuevo, llamado “socialismo”, en cuya construcción tú también debes participar. Los médicos, televisores o Canaimitas son una consecuencia, no la causa.

Pero, para muchos funcionarios, politizar es “votar por Fulano”. Éstos han fomentado la entrega de beneficios como si fueran “regalos” o “dádivas”, sobre todo en períodos electorales. De allí que muchas personas han malentendido el mensaje, creyendo que un “buen gobierno” es aquel que puede darles televisores, celulares, cupos de Internet y productos de consumo.

¿Qué pasará cuando no sea posible para el gobierno entregarles todas estas dádivas? Creo que ya lo vivimos el 6 de diciembre de 2015.

Por otro lado, también deducimos de las palabras de Correa que un proceso revolucionario no puede estancarse. La señora que hoy va a un Barrio Adentro para verse una dolencia con un médico integral, mañana probablemente va a necesitar un médico especialista, que a su vez necesitará equipos sofisticados para examinarla mejor, y determinadas medicinas para tratar su dolencia. Los niños que hoy tienen una Canaimita, mañana van a necesitar una laptop de mejor calidad cuando ingresen a la universidad. Los contenidos con los que inició el programa Canaima Educativo son hermosos y valiosos, pero a medida que pasen los años hay que actualizarlos, hacerlos más interactivos, de mejor calidad, tal y como hace el capitalismo con sus propios contenidos ideologizantes.

Estancarnos creyendo que ya cumplimos la misión, es decretar la muerte de todo proceso revolucionario.

¿Cómo se dividen las ciudades?


Como comentamos antes, muchos políticos y dirigentes chavistas caen en una simplificación dañina: alegan que, en nuestras ciudades, los barrios y sectores populares son ocupados por el proletariado y la masa obrera, mientras que en los edificios y sectores de clase media viven los profesionales y la pequeña burguesía. Pero en la Caracas actual, las cosas no son tan sencillas.

Uno puede preguntarse:


Es cierto que determinadas urbanizaciones del este y sureste de Caracas, como Los Palos Grandes o Santa Fe, son habitadas principalmente por personas de la pequeña burguesía.

Pero otras urbanizaciones son diferentes. Los Ruices, por ejemplo, está formada por unos cincuenta edificios de 8 a 20 pisos. Allí viven familias que son dueñas de sus apartamentos, pero muchas otras son inquilinos. Hay edificios completos cuyos habitantes viven alquilados y tienen su situación en tribunales, sus dueños han dejado de mantener las instalaciones y viven en una edificación de casi 50 años cayéndose a pedazos, a menudo sin ascensores, con tuberías podridas, paredes rotas, bajantes de basura dañados y otros problemas graves.

También hay muchos adultos mayores que viven de su pensión del Seguro Social, que el gobierno de Hugo Chávez elevó al mismo nivel del salario mínimo.

En estas urbanizaciones es usual encontrar los típicos penthouses donde la dueña es una señora de la tercera edad, quien tiene alquiladas 3 ó 4 habitaciones a jóvenes estudiantes universitarios o profesionales: generalmente muchachas o muchachos que vienen del interior, estudian en alguna universidad en Caracas y trabajan en alguna empresa. Son personas que también esperan algún día poder vivir en algún lugar propio, pero simplemente les es imposible por las razones antes explicadas.

Otras familias están formadas por profesionales y trabajadores asalariados, que han visto empeorar su situación en los últimos años de guerra económica. Han tenido que conseguir trabajos extras para mejorar sus ingresos, han tenido que hacer sacrificios en materia de entretenimiento, dejando de hacer viajes, ir a restaurantes, locales nocturnos o incluso al cine por los altos incrementos de estos servicios. Más de una familia ha tenido que dejar su vehículo varado por meses en el estacionamiento, ante la imposibilidad de adquirir determinados repuestos que se han vuelto en extremo costosos o imposibles de conseguir. Otros han tenido que dejar sus estudios en universidades privadas.

Tal vez no han pasado hambre ni han dejado de comer tres veces al día, pero lo cierto es que todo ser humano aspira que su situación económica mejore y vaya en ascenso. Muchos aspiran “volverse ricos” influidos por la propaganda del capitalismo, pero otros sólo esperan cumplir sueños de viajar y conocer algún lugar, de poder comprarse un carro, una vivienda más grande, de poder darle educación y algunos bienes materiales a sus hijos. Nada de eso es ilegítimo ni “pequeñoburgués”, ni debería ser objeto de burla, en mi opinión.

Contrariamente, su situación económica ha empeorado notablemente. Y yo percibo que, cuando se trata de las necesidades de estos sectores de clase media, desde el gobierno respondemos más con burlas que con respuestas, explicaciones y argumentos legítimos ―que sí los hay―.

Algunos de ellos han tenido que pasar por la desafortunada experiencia de tener un familiar gravemente enfermo. Han visto como los costos de las clínicas privadas que antes usaban con cierta facilidad, hoy se han vuelto impagables. Han tenido que sentir lo que es ser echados de una clínica por quedarte sin seguro en un par de días. Empresas de salud prepagada se han vuelto mucho más costosas y cobran muchos servicios que antes venían incluidos con la tarifa regular. Ciertas medicinas son casi imposibles de conseguir.

Esta clase media acostumbrada a establecimientos de salud privados ha tenido que volcarse hacia el sistema público de salud, y si bien no se puede negar que algunos hospitales y Centros de Diagnóstico están en buen estado, otros están terriblemente mal. No se entiende la asimetría tan grande que hay entre el hospital Domingo Luciani y el de El Algodonal, por mencionar dos polos opuestos en nuestro sistema de salud. O entre el excelente CDI Salvador Allende, y otros CDI que no están tan bien dotados.

Irse del país… ¿sí o no?


En estas urbanizaciones tú puedes encontrar apartamentos de tres habitaciones y dos baños, donde viven hacinadas 8 o 9 personas: el padre y la madre que compraron el apartamento hace 40 años, tuvieron dos o tres hijos o hijas, éstos crecieron, hoy tienen 25 ó 30 años, son profesionales universitarios, pero nunca pudieron lograr comprarse un apartamento propio, y mucho menos en esta época.

Y entonces, cada hijo o hija consiguió su pareja, pero todos viven en el mismo apartamento. Incluso tienen sus bebés y viven hacinados, teniendo que compartir uno o dos baños, teniendo los roces y peleas típicas que suelen haber en estos ambientes, con yernos y nueras que no se caen bien, con bebés llorando a toda hora.

Y sí: viven frustrados, porque estas nuevas familias proletarias hoy no pueden comprar apartamento, ni pueden alquilar uno (el mercado privado de construcción de viviendas no hace viviendas para ellos sino para los más ricos, y la Gran Misión Vivienda Venezuela se ha centrado principalmente en personas de los sectores populares).

Caray, reconozcámoslo: algunas leyes aprobadas en revolución beneficiaron enormemente a quienes son inquilinos, impidiendo los crueles desahucios que vemos en otros países. Pero también causaron que muchas familias que tienen dos o más apartamentos se nieguen a alquilar uno, pues temen que sea imposible recuperarlo cuando lo necesiten. Otras familias se excusan en estas leyes para alquilar únicamente en dólares, esperando que algún “ejecutivo gringo” venga al país del que ellos tanto denigran, y les pague una renta equivalente a la que se cobra por un apartamento en Manhattan.

Esta posición por parte de algunas personas de negarse a alquilar sus apartamentos, perjudica terriblemente a parejas de profesionales jóvenes que quieren independizarse, pero no tienen cómo comprar o alquilar un apartamento en el mercado capitalista venezolano.

Si un joven ha estudiado lo que ha querido, se ha graduado, tiene un buen trabajo pero no logra hacer realidad sueños tan elementales como el de una vivienda digna, y a eso le sumamos problemas graves como la inseguridad, la delincuencia y la guerra económica, entenderemos por qué muchos de estos jóvenes consideran irse del país.

En un mundo donde hasta las comiquitas y series de televisión califican de “losers” (perdedores) a quienes cumplen treinta años y aún viven con sus padres, estos jóvenes se dieron cuenta de que, en Caracas, ser profesional no basta para independizarse.

Me molesta los analistas del chavismo que generalizan y atribuyen el irse del país a una supuesta “falta de amor a la Patria” o a que algunos de estos jóvenes de clase media son descendientes de europeos y, por lo tanto, “no quieren al país” o son una “generación sin identificación”. Los descalificamos como “apátridas”, nos burlamos de ellos como “los me iría demasiado”, pero no hacemos nada por conversar con ellos entender cuáles son sus problemas e intentar resolverlos.

Terminamos considerando que estos jóvenes están genéticamente predestinados a ser opositores, y ya ni hacemos el esfuerzo de atraerlos, sino que denigramos de ellos de una vez. “Que se vayan, no los necesitamos” o “¡Mejor! Así ya no votan” son frases que suelen escucharse mucho desde el chavismo sobre estos jóvenes que se van.

Sueños en común


¿La revolución bolivariana tiene que tomar en cuenta a estos sectores de clase media proletaria? Definitivamente sí. Son trabajadores. Son profesionales jóvenes, justamente los que necesitamos para industrializar el país y convertirlo en una nación soberana. Una porción importante de ellos se formaron en casas de estudio públicas, tales como la UCV, la UBV o la Unefa, con dinero de todas y todos los venezolanos. Son un porcentaje grande de la población, que puede decidir una elección ―y ya lo han hecho―.

Hay quienes los descalifican por no defender los intereses de su clase social, sino los de los sectores más adinerados. Los llaman “desclasados” por esta razón y los dan por perdidos, prácticamente regalándoselos a la derecha política y empresarial.

Pero nuestra labor como revolucionarios es tratar de convencer a quienes son como nosotros ―incluso a quienes nos apoyaron en el pasado, pero luego se decepcionaron― de que nuestro proyecto político es el correcto.

Después de todo, cuando hablas con una persona de clase media y le preguntas cómo es la Venezuela del futuro con la que él o ella sueña, es frecuente que tengamos mucho en común. Todos queremos acabar con la pobreza. Todos hablamos de industrializar el país, produciendo nuestros propios recursos, reduciendo las importaciones. Todos hablamos del sinnúmero de oportunidades que existen en Venezuela.

Algunos de ellos conocen los peligros que los tratados de libre comercio tienen contra los pequeños y medianos productores nacionales (eliminación de subsidios a productores locales, exenciones de aranceles a transnacionales, etc.), y saben que son los gobiernos de izquierda los que generan políticas que los defienden a ellos.

Tal vez haya diferencias en cómo llegar a nuestro objetivo (por ejemplo: en la propiedad de los medios de producción), pero la verdad es que estamos mejor que antes. En otros momentos de nuestra historia, hubiéramos tenido que tratar con una clase media racista y xenófoba, partidaria de enviar tractores para aplastar los barrios, de expulsar a todos los colombianos y peruanos, de darle todo el poder a un militar para que aplique “mano dura”.

Esas visiones racistas cada vez se escuchan menos, en parte porque muchos de quienes viven en las urbanizaciones de clase media tienen parientes y amigos en los barrios. O provienen de allí. O se han familiarizado con su situación.

No sólo eso: muchas de esas personas de clase media y profesional nos apoyaban hace unos años atrás. No olvidemos, por ejemplo, que el municipio Sucre del estado Miranda por muchos años fue territorio chavista, no sólo por los habitantes de Petare, sino porque mucha gente de clase media sentía simpatías por el chavismo.

¿Qué pasó con ellos? ¿Será que las razones por las que alguien simpatiza con el chavismo no son las mismas en todos los casos?

El chavismo: con o sin ideología


Hay muchas formas de clasificar a los chavistas, pero, para propósitos de este artículo, yo quiero diferenciarlos en dos grupos:


Las personas con formación de izquierda saben que los países desarrollados e industrializados, gobernados por una serie de grandes empresas y corporaciones, no van a dejar quieto a un país como Venezuela, lleno hasta los teque-teques de las materias primas que ellos necesitan. No aceptarán que nuestro país soberanamente decida qué tipo de nación queremos ser y cómo manejar nuestros recursos. Todos en la izquierda sabemos que este tipo de decisiones iban a tener un costo muy alto, que es el que estamos viviendo hoy.

Lamentablemente, esta izquierda ideologizada tiende a ser, históricamente, menos del 10 por ciento de la población.

Quienes han sido chavistas por motivos emocionales son mayoría. A la mayoría de las personas no les gusta estar viendo ni participando en largos debates políticos, ni estar saliendo a marchar por horas y horas, ni mucho menos ver una cadena de 4 horas para entender por qué no pueden conseguir arroz al precio de siempre. Muchas reuniones en las juntas de condominios o consejos comunales terminan en gritos, discusiones y enemistades, y la mayoría de las personas preferirían estar tomando una cervecita o un coctel, viendo un partido de beisbol o una película, a estarse cayendo a gritos con un vecino que tiene una forma de pensar distinta.

Eso no significa que estemos equivocados. Por supuesto que la organización colectiva y popular es el camino que tenemos que transitar. Sólo que no es un camino fácil ni del agrado de todos, pero aún así necesitamos los votos de todas las personas ―incluyendo los escépticos, los cómodos y los decepcionados― para poder triunfar en una elección.

En Venezuela, muy pocos se definen como “de derecha”


Nuestra población también tiene una característica que no se encuentra en otros países: prácticamente nadie se autodefine como de derecha, y quienes sí lo son se niegan a admitirlo públicamente. A nadie le gusta que lo señalen como tal; lo consideran insultante y ofensivo.

Todo lo contrario ocurre en Estados Unidos, Israel y diferentes países de Europa: muchísimas personas admiten con orgullo ser de derecha (caso específico de los republicanos estadounidenses y de la derecha europea). Defienden que la mejor forma de que una nación avance es que las grandes corporaciones y empresas privadas crezcan y tengan más poder, lo que supuestamente garantiza empleo y desarrollo para sus ciudadanos. Aseguran que el Estado debe ser lo más pequeño posible, y con poca capacidad de intervenir o fijar límites a las empresas. Que lo privado siempre es mejor que lo público, por lo que es vital privatizar todo lo que sea posible. Que a los inmigrantes (en particular a aquellos que consideran “inferiores” o “una carga”) se les debe dificultar o imposibilitar la entrada al país. Están en contra de los subsidios y ayudas sociales contra los más pobres y desfavorecidos, que a menudo consideran que son flojos, vagos o que no trabajan. Apoyan la “mano dura” como forma de “luchar contra la pobreza”. Odian el comunismo y el socialismo, aunque muchos son incapaces de definirlo con exactitud.

Por algo es que Donald Trump acaba de ganar las elecciones en Estados Unidos, ¿no?

En el pueblo venezolano, bien sea en sectores populares o en urbanizaciones, muy pocos se definen abiertamente como de derecha. Casi todos aseguran estar con los más débiles y desafortunados. Casi todos aseguran ser ecologistas y luchar por el bienestar del planeta. En Venezuela casi no existen patrullas de civiles que arremetan contra los extranjeros e inmigrantes ilegales, como sí existen en Texas y otros estados norteamericanos. No vemos gente en los partidos de fútbol coreando insultos racistas contra jugadores inmigrantes o afrodescendientes, como ocurre en muchos países europeos. No es que no exista racismo o xenofobia: sí los hay, pero no a los niveles de los paises "desarrollados".

Muchos venezolanos se indignan al ver personas que abren las bolsas de basura de su urbanización buscando desechos, pero hasta donde sé, nadie se ha atrevido a formar patrullas o grupos que los saquen o desalojen, como sí ocurre en sectores de Estados Unidos o España.

Como consecuencia, en nuestro país no existe ningún partido político importante que se proclame abiertamente como de derecha, aún cuando su ideología claramente lo es y se reúnan frecuentemente con políticos del Partido Popular español o el Partido Republicano estadounidense.

Dirigentes de Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular
en reuniones de la Internacional "Socialista".
María Corina Machado, una de las dirigentes de derecha más conocidas del país, miembro de la antigua familia de empresarios Machado Zuloaga, jamás ha admitido ser de derecha. El “capitalismo popular”es su esfuerzo más conocido de dar a conocer su ideología. Voluntad Popular, partido del dirigente opositor Leopoldo López ―también proveniente de familias de grandes empresarios, como los Mendoza― se autoproclama como de “centro-izquierda” e incluso está inscrito en la Internacional Socialista, aún cuando su comportamiento e ideología es claramente de derecha. Y la Internacional Socialista ya no es, precisamente, de izquierda.

Lo mismo puede decirse de Primero Justicia, partido del que surgieron la mayoría de los dirigentes de VP y que asegura ser de ideología “progresista” y “centro-humanista”.

Un Nuevo Tiempo (el partido del excandidato presidencial Manuel Rosales) y Acción Democrática (partido del expresidente Carlos Andrés Pérez, que aplicó políticas neoliberales en su segundo gobierno) se definen como social-demócratas y populares, aún cuando intentaron echar atrás numerosos logros sociales del gobierno bolivariano en 2016.

Ni siquiera los grandes empresarios venezolanos reconocen ser de derecha. Lorenzo Mendoza, el propietario de las Empresas Polar de 51 años de edad, siempre proyecta una imagen de empresario juvenil, supuesto amigo de sus trabajadores, que apoya la innovación, la modernidad y la inversión social a través de fundaciones.


Sus comerciales de televisión buscan enamorar a las clases populares, señalándose como los creadores de la “Harina PAN” o harina de maíz precocida, uno de los alimentos más tradicionales de la clase trabajadora venezolana.

Nuestro pueblo no se identifica con la derecha política. Es más: millones de estas personas hace muchos años se definían como chavistas o simpatizaban con el chavismo. Hoy, para muchas de ellas, ser chavista es una vergüenza. “¿Chavista? ¿Yo?”, dicen con desdén algunos que hasta hace pocos años habían votado por Chávez o sus partidarios.

Algunos se identifican con ciertos líderes de la oposición, en particular con aquellos que transmiten una imagen de modernidad, juventud, progreso y superación. Pero muchas veces también se cansan de ellos y de su palabrería, y terminan desvinculándose completamente de la política, buscando escapar a través del entretenimiento. Pasan horas viendo banalidades en Youtube o viendo películas, programas de televisión y otros productos de la cada vez más sofisticada industria cultural estadounidense.

Entonces, ¿a qué se debe que un país como el nuestro, formado por millones de personas que detestan ser señaladas como de derecha, que se identifican con los débiles y oprimidos, que claman por el fin de la pobreza y la desigualdad, de pronto no se sienten identificadas con el proyecto reivindicativo de Hugo Chávez y Nicolás Maduro? ¿Qué pasó con estos chavistas? ¿Por qué ya no se identifican más con el proceso revolucionario? ¿Es su culpa, o es culpa nuestra? ¿Qué tenemos que hacer para recuperarlos?

Soledad y desamparo


Imagínelo usted mismo: llega de su trabajo desanimado, porque su salario no le alcanza y tiene que restringirse a usted mismo y a su familia determinados placeres de los que disfrutaba en el pasado. Tiene que trabajar horas extras, o hacer trabajitos adicionales. Está cansado, desanimado porque usted trabaja mucho más que hace unos años, pero su calidad de vida disminuye.

Arroz Mary a Bs. 5.980
Ve que los abastos y panaderías locales aumentan los precios bárbaramente cada semana, le fuerzan a hacer largas colas por los productos, o simplemente sus estantes están vacíos porque, en la hora en que llegaban productos regulados, usted estaba en su trabajo. No tiene más opción sino comprar un kilo de arroz a Bs. 6.500, comprar algo de mortadela a Bs. 9 mil el kilo o pagar Bs. 5 mil por medio kilo de carne. Cuando llega el pan de sandwich, tiene que comprar uno de medio kilo a casi Bs. 3 mil, que generalmente no dura ni dos días.

Le dicen a usted que su zona no califica para recibir CLAP porque “no es una zona priorizada”. Ve que el Sundde (Superintendencia de Derechos Socioeconómicos) no pone mano dura a estos locales comerciales, y ni se aparece en la zona.

Sintonizas Venezolana de Televisión buscando explicaciones, consuelo, esperanzas de que se tomarán medidas para que todo mejore. Encuentras:


Como consecuencia, nuestros políticos, voceros, periodistas y medios de comunicación perdemos credibilidad y audiencia hasta llegar al punto en que nadie cree en nosotros o simple y llanamente nadie nos escucha ni nos ve.

Sintonizas Globovisión y encuentra todo lo contrario:


¿Comprendemos entonces lo que puede sentir un trabajador que vive en una de estas zonas “no priorizadas” donde no llegan ayudas ni CLAP? Se sienten solos. Desamparados. Defraudados.

En la práctica, estamos dejándole de hablar a millones de personas de clase media, profesionales, trabajadores. Estamos entregándoselos a la oposición, quienes no pierden oportunidad alguna para bombardearlos con su discurso, y llevarnos a posiciones irreconciliables.

Discurso desgastado


Un problema muy grave que tenemos, es que en el chavismo hemos perdido la capacidad de hablarle a estos sectores de clase media popular, y a aquellos que han sido chavistas por razones emocionales antes que ideológicas. Y esto es gravísimo. Nosotros somos un país que realiza elecciones prácticamente todos los años. Si queremos seguir ganando elecciones, es importantísimo hacer entender a toda la población (tanto aquellos que ven la política desde un punto de vista emocional, como a aquellos que son más ideológicos) qué está ocurriendo en el país, qué ocurrirá en el futuro, y qué se necesita para que todos podamos salir bien parados de esta serie de eventos que estamos viviendo.

El principal problema que quiero denotar aquí, es que hemos perdido la capacidad de hablarle a estas personas de la llamada “clase media”, y estamos desperdiciando la oportunidad de que ellos nos escuchen. Por diferentes razones, estas personas de clase media (independientemente de si viven en un barrio o en una urbanización) han dejado de identificarse con nuestro discurso, con nuestro accionar, con la imagen que nuestros líderes políticos proyectan. Hay síntomas de cansancio y de estar hartas de politiquería, y de que no se busquen soluciones a sus problemas.

En un mundo donde la comunicación está altamente segmentada, con cientos de canales de televisión y millones de sitios web específicos para diferentes audiencias de acuerdo a sus gustos, edad, género, formación, y patrones culturales, nosotros hemos cometido el gravísimo error de unificar nuestro discurso, hablándole de una única forma a millones de personas con una gigantesca diversidad de gustos y culturas.

Nuestro discurso se ha vuelto monótono, cansón, repetitivo, poco sincero y nada explicativo para una parte de la población. A menudo usamos una y otra vez palabras y frases que tienen un alto nivel de rechazo entre estos sectores que tenemos que convencer.

El Imperio”, la guerra económica”, “la asamblea adeco-burguesa”, “los pelucones”, “la ultraderecha amarilla”, “ese viejito coñioemadre” o el separarnos y dividirnos como buenos y malos: nosotros, “los hijos de Bolívar y Chávez” en contraposición a ellos, “los apátridas traidores”. Esta guerra de insultos y peyorativos son frases que, en efecto, podrían ser efectivas para moralizar al chavismo más radical (los convencidos) y comunicarles nuestras ideas. Pero en cambio, tienen un duro rechazo por parte de esos sectores de “clase media popular” que tenemos que reconquistar.

De hecho, los medios de derecha lo saben: se encargan de hacer citas semitextuales afincándose en estas frases, para incrementar el rechazo por parte de sus lectores hacia nuestros voceros. Cuando diputados nuestros usan palabras como “cabrones” o “coñioemadradas” en sus discursos, son los medios de derecha quienes más reproducen estas expresiones, seguros del impacto negativo que tendrán en una parte importantísima de nuestra población.

Por supuesto que es lamentable que la clase media popular rechace las políticas de un gobierno de izquierda basados en las palabras y expresiones de algunos voceros. Pero insisto: estamos en una democracia participativa que exige ir a elecciones casi todos los años, y si una parte importante del pueblo (incluyendo a esa clase media popular, que también es pueblo) rechaza nuestro mensaje por no ser capaz de asimilar su forma, es nuestro deber llegarles de otra manera. Es decir: tenemos que cambiar la forma de nuestro mensaje, o sino, resignarnos a entregar el poder.

Continuamos utilizando fórmulas desgastadas, que tal vez le funcionaron a un personaje tan único como lo fue el Presidente Hugo Chávez, en un tiempo en el que la televisión por cable e Internet no tenían tanta penetración. Pero hoy, una cadena nacional de radio y televisión que dura de 2 a 5 horas no garantiza que un mensaje llegue a toda la población, como hubiera podido ocurrir hace años. ¡Todo el mundo simplemente cambia de canal o se mete en Internet a ver videos en Youtube! Hasta los chavistas lo hacen, pues están confiados en que en 1 ó 2 horas les llegará por Whatsapp el resumen de la alocución, que se lee en menos de dos minutos.

Muy pocas personas pueden estar atentas por 4 horas a un discurso o a un programa del Presidente de la República. Quienes sí lo hacen, son los periodistas asignados por los diferentes medios de comunicación. Pero los medios ya tienen sus roles preasignados:


Nuestros medios de comunicación, en su gran mayoría, no están hechos para captar opositores. El discurso que nos llega desde Venezolana de Televisión y la mayoría de los medios del Estado está hecho principalmente para los “chavistas come-candela”. En ocasiones el discurso suele ser muy propagandístico, con adjetivos en extremo positivos y frases rimbombantes enfatizada en términos como “Batalla”, “Victoria”, “Patria”, “Triunfo”, “Paz”, “Indestructible”. Se enlazan por horas y horas con operativos y marchas donde prácticamente todos los entrevistados dicen lo mismo. Sí, son mensajes hechos para subirle la moral al chavismo radical en uno de los años más duros que hayamos tenido que enfrentar, pero no son mensajes que puedan hacer que una persona decepcionada o cansada del chavismo pueda reencontrarse con él.

En los últimos días, nuestros medios se han empeñado en presentar con mucho énfasis un buen artículo, titulado “Las 10 victorias deMaduro en 2016” por Ignacio Ramonet, que enaltece al Presidente Nicolás Maduro por haber resistido este terrible año que pasó. Sí, él ha trabajado mucho, eso es innegable. En lo personal, lo admiro enormemente.

Pero ese excesivo peso que se le ha dado a ese artículo, publicándolo en todos los medios públicos y en anuncios pagados en medios privados por varias semanas, con imágenes presentándolo como un superhéroe vencedor, es algo que cae mal.

¿Saben ustedes quienes son los auténticos héroes de 2016? ¡El pueblo venezolano! ¡La gente! Tanto el de los sectores populares como el de clase media. Tanto el chavista como el opositor. El que ha resistido pacientemente esta cruel guerra económica con valentía y coraje.


Todas y todos ellos son héroes, y su gran victoria es haber vivido este cruel 2016 con la ayuda del gobierno bolivariano en muchos casos, aunque no en todos.

¡Démosle las gracias a todos ellos! ¿Que muchos votaron en nuestra contra el 6-D? ¡Por Dios, terminemos de reconocer que tuvimos la culpa de esa derrota! ¡Dejemos de echarle la culpa a la gente! ¡Tengamos un poco de humildad! ¿O es que queremos una nueva derrota en las elecciones de gobernadores y alcaldes?

El artículo de Ramonet es un recopilatorio valiosísimo que nos recuerda muchos de los grandes obstáculos que tuvo que enfrentar Maduro en 2016, los cuales venció de forma admirable.

Pero también tiene algunos puntos que molestan enormemente. El autor califica como “error mayúsculo” el que se hayan estado subvencionando productos alimenticios de primera necesidad a la clase media trabajadora. Según Ramonet, sólo los más pobres pueden tener acceso a productos alimenticios subvencionados por el gobierno, y el resto de la población tenemos que comprarlo “a su precio justo establecido por el mercado”. Por ejemplo: el arroz a Bs. 6.400 el kilo, el azúcar a Bs. 4 mil el kilo, el medio kilo de pastas a Bs. 3.500 y la carne a Bs. 9 mil. ¿El libre mercado pone precios justos, camarada Ramonet?

Coincidimos totalmente en que los más necesitados deben recibir un trato especial. Pero que al resto de los trabajadores prácticamente se nos arroje a las fauces del capitalismo más salvaje que haya vivido este país… ¿qué clase de justicia social es esa?

Capitalismo salvaje de facto


Por favor, entiendan lo que trato de decir: En las urbanizaciones de “clase media” no tenemos beneficios como los módulos de Barrio Adentro, Mercales, Pdvales, Abastos Bientenario, Mi Casa Bien Equipada ni similares (o no funcionan como se esperaría en una situación de guerra económica como la que vivimos). No hay operativos de venta de alimentos y otros productos.

En las urbanizaciones de clase media, estamos viviendo un capitalismo neoliberal de facto. Los comerciantes suben los precios de 20 a 50 por ciento todas las semanas, sin posibilidad alguna de reclamar ni de lograr que algún ente gubernamental haga presencia y ponga orden en los precios. Los productos regulados que llegan son muy pocos, se venden por cédula de identidad, llegan cuando uno está en su trabajo y lo compran, en su mayoría, personas que no viven en el sector.

Y lo peor es que todavía queda algún que otro opositor que repite el discurso trillado de que todo esto pasa cada vez que algún gobernante quiere intervenir y regular la economía. ¡Qué más quisiera yo que el Estado interviniera y regulara todo! ¡Qué más quisiera yo que encontrar alimentos a los precios que dice la Gaceta Oficial, y no estar pagando Bs. 10 mil por un litro de aceite de soya brasileño, Bs. 4 mil por medio kilo de margarina, Bs. 6 mil por medio kilo de café o Bs. 3.500 mil por un kilo de tomates o uno de cebollas? Ojalá el Estado colocara una oficina permanente del Sundde en cada urbanización, barrio y pueblito del país, poniendo orden cuando sea necesario.

En otros casos la oposición se encarga, muy eficientemente, de emitir rumores que desde la revolución nunca desmentimos con la contundencia debida. Por ejemplo: En el este de Caracas, el agua falta periódicamente. Las urbanizaciones de clase media reciben agua sólo por dos o tres días a la semana, y en algunos sectores populares es aún más grave, recibiendo agua únicamente unos pocos días al mes.

Pero hay muy poca información sobre las razones (en particular, la necesidad de que se termine la construcción del Sistema Tuy IV). La oposición ha aprovechado esto para desinformar y asegurar que el gobierno corta el agua en estas zonas como “un castigo” contra los sectores donde no ha logrado victorias electorales, lo que en efecto mina aún más la popularidad del chavismo en esta zona.

Pero el chavismo no explica con la reiteración necesaria qué ocurre con el agua, no explica qué pasa con Tuy IV ni señala cuándo podría estar listo.

Lo mismo ocurre con la Línea 5 del Metro, el Metro Caracas-Guarenas-Guatire y otras obras que se debían construir hacia estas zonas, y que están paralizadas por la caída de los precios del petróleo y la prioridad necesaria que hay que darle a la lucha contra la guerra económica. El diario antichavista El Nacional ha sabido aprovechar el silencio del gobierno en este y otros temas para hacer una campaña denunciando la ineficiencia y la poca capacidad del gobierno de cumplir sus promesas, aumentando aún más nuestra falta de credibilidad y de convencimiento sobre la población.

Cosas parecidas ocurren con Corpoelec. En Caracas, desde hace años no llegan a los hogares los recibos con el consumo eléctrico que te indican cuánto debes pagar por cada mes. La mayoría de la gente se acostumbró a pagarlo a través de taquillas externas o en la página web de su bancos, donde te dicen cuánto debes pagar, pero no te dan un detalle del consumo.

Y de pronto llegan los aumentos: quienes pagaban Bs. 500 mensuales ahora deben pagar Bs. 2 mil, Bs. 5 mil o más. La gente maldice al gobierno por “aumentar la electricidad”, aunque en realidad la electricidad aún no ha aumentado: las alcaldías de los municipios caraqueños están aumentando el aseo urbano de forma desproporcionada, y la gente no se entera de ello porque no tienen un recibo que les indique con claridad qué es lo que están pagando.

¿Por qué no se busca una forma de que a la gente les llegue algún tipo de recibo digital, que no sólo les informe los detalles de su factura y los consumos de aseo urbano, sino cuánto les está subsidiando el gobierno su consumo eléctrico? 

Es sabido que los venezolanos pagamos mucho menos por la electricidad de lo que paga una familia en México, Colombia u otros países. Sería interesante que el recibo indique cuánto tendría que pagar cada familia si el servicio no estuviese subsidiado, para que aprendamos a valorar un poquito más las bondades de un sistema de gobierno que va rumbo al socialismo.

¿Qué podemos hacer?


Visto que 2017 y 2018 serán años electorales, hay que actuar con velocidad para recuperar el apoyo de los sectores populares y de clase media proletaria.

    1. Ayudar también a la clase media y profesional a sobreponerse de la guerra económica. Ayudarlos a hacer la situación más llevadera, demostrarles que nos interesan.
    2. De esa forma, podremos ganarnos de nuevo el derecho a hablarles, y lograr que nos escuchen. Derecho que hemos perdido en medio de tanta politiquería, burlas y de considerarlos a ellos el enemigo.
    3. Una vez ellos nos escuchen, tenemos que repolitizarlos, mostrándoles las características del sistema capitalista en el que vivimos en nuestro país y el mundo, y convenciéndolos de que hay que construir un mundo distinto bajo otro sistema. Obviamente hay que usar un lenguaje y palabras distintas al lenguaje trillado que hemos usado hasta ahora.
Misión Nevado ha tenido una inmensa aceptación en la clase "media"
Debemos llegar a la gente de estos sectores, bien sea a través de los medios de comunicación que ellos ven, o bien sea creando nuevos medios de comunicación, con códigos nuevos y formas de expresión distintas. Alejados de lo panfletario e institucional.

El capitalismo bombardea a su gente con lo que ellos piensan que será su futuro utópíco.
¿Cómo será un mundo socialista si llegamos a hacer todo como lo esperamos?

Estas y otras acciones deben discutirse y tomarse con urgencia. Es cierto que recuperar a millones de personas que dejaron de identificarse con el chavismo no se hará de la noche a la mañana, que tal vez no sean muchos al principio los que aprecien los esfuerzos de la revolución para tenderles una mano. Pero, con las políticas adecuadas y a través de los años, estoy seguro de que atraeremos de nuevo a millones de personas que sólo necesitan ver un gobierno con un poco de interés en sus problemas, para apoyarlo de nuevo.

Fuente: http://lubrio.blogspot.com.es/2017/01/chavismo-recuperar-clase-media.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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