Palabras de la Comisión Sexta del EZLN para el acto público “Mujeres sin Miedo. Todas somos Atenco”. 22 de mayo del 2006
Buenas noches.
Mi nombre es Marcos, Subcomandante Insurgente
Marcos.
Para quienes conocen al zapatismo tal vez no sea
necesario explicar qué hago aquí, en un acto de mujeres y para mujeres.
Claro
que no son mujeres así nomás, sino mujeres que han decidido alzar la voz para
protestar por las agresiones que, por parte de la policía, sufrieron y sufren
otras mujeres a partir de los días 3 y 4 de mayo de 2006, en San Salvador
Atenco, en el Estado de México, en la República Mexicana.
Son, en uno y otro lado, mujeres sin miedo.
Mi nombre es Subcomandante Insurgente Marcos y soy, entre
otras cosas, el vocero del EZLN, una organización mayoritariamente indígena que
lucha por la democracia, la libertad y la justicia para nuestro país que se
llama México.
Como vocero del EZLN, por mi voz toman voz los otros y
otras que nos forman, que nos dan rostro, palabra, corazón.
Una voz colectiva pues.
En esa voz colectiva está la voz de las mujeres
zapatistas.
Y con nuestras voces y oídos, están también nuestras
miradas, nuestras luces y sombras zapatistas.
Me llamo Marcos y entre los múltiples defectos
individuales que cargo, a veces con cinismo y desparpajo, está el de ser hombre,
macho, varón.
Como tal, debo cargar, y no pocas veces enarbolar, una serie
de prototipos, lugares comunes, evidencias.
No sólo en lo que a mí y a mi sexo o género respecta,
también y sobre todo a lo que se refiere a la mujer, al género femenino.
A
los defectos que me definen individualmente, alguien agregaría el que como
zapatistas tenemos, a saber, el de no perder todavía la capacidad de
asombrarnos, de maravillarnos.
Como zapatistas a veces nos asomamos a otras voces que
sabemos ajenas, extrañas, y sin embargo, semejantes y propias.
Voces que
asombran y maravillan nuestro oído con su luz… y con su sombra.
Voces, por ejemplo, de mujeres.
Desde el colectivo que nos da rostro y nombre, paso y
camino, nos esforzamos por elegir a dónde dirigir el oído y el corazón.
Así
que ahora elegimos oír la voz de las mujeres que no tienen miedo.
¿Se puede escuchar una luz? Y si así fuera, ¿se puede
escuchar una sombra?
¿Y quién más elige, como nosotras hoy, poner el oído, y
con él el pensamiento y el corazón, para escuchar esas voces?
Elegimos. Elegimos estar aquí, escuchar y hacernos eco de
una injusticia cometida en contra de mujeres.
Elegimos no tener miedo para escuchar a quienes no
tuvieron miedo para hablar.
La brutalidad ejercida por los malos gobiernos mexicanos
en San Salvador Atenco los días 3 y 4 de mayo, y que se extiende todavía hasta
esta noche contra las presas, particularmente la violencia contra las mujeres,
es la que nos convoca.
Y no sólo. Esos malos gobiernos con sus acciones
pretendían cosechar miedo, y ahora resulta que no, que están cosechando
indignación y rabia.
En un diario de esta mañana, uno de los personajes que,
junto con Vicente Fox y su gabinete, se enorgullece de “la aplicación del Estado
de Derecho”, el señor Peña Nieto (presunto gobernador del Estado de México),
declara que lo de Atenco fue planeado.
Si esto es así, entonces las golpeadas, detenidas
ilegalmente, agredidas sexualmente, violadas, humilladas, planearon, entre otras
cosas, ser mujeres.
Por los testimonios de esas detenidas sin miedo que son
nuestras compañeras, sabemos que fueron agredidas como mujeres, violentadas en
su cuerpo de mujer.
Y, por lo que sabemos también de su palabra, esa
violencia sobre su cuerpo les provocó placer a los policías.
El cuerpo de la mujer tomado con violencia, usurpado,
agredido para obtener placer.
Y la promesa de ese placer sobre esos cuerpos de mujer,
fue el añadido que los policías recibieron junto al mandato de “imponer la paz y
el orden” en Atenco.
Seguramente para el gobierno, ellas planearon tener
cuerpo de mujer y, con perversidad extrema, planearon que ése su cuerpo fuera el
botín para las “fuerzas de la legalidad”.
El señor Fox, gobernante federal del “cambio” y del
“Estado de Derecho”, hace unos meses nos aclaró que las mujeres son “lavadoras
de dos patas” (a confesión de partes, relevo de pagos en abonos y pase usted al
departamento de atención al cliente).
Y es que para allá arriba, estas máquinas de placer y de
trabajo que son los cuerpos de las mujeres, incluyen las instrucciones de
ensamblaje que el sistema dominante les asigna.
Si un ser humano nace mujer, a lo largo de su vida debe
recorrer un camino que ha sido construido especialmente para ella.
Ser niña. Ser adolescente. Ser mujer joven. Ser adulta.
Ser madura. Ser anciana.
Y no sólo desde la menarca hasta la menopausia. El
capitalismo ha descubierto que en la infancia y la ancianidad también se
obtienen objetos de trabajo y placer, y para la apropiación y administración de
esos objetos tenemos “Gobers Preciosos” y empresarios pedófilos en todas
partes.
La mujer, dicen allá arriba, debe caminar por la vida
implorando perdón y pidiendo permiso por y para ser mujer.
Y andar un camino lleno de alambre de púas.
Un camino por el que hay que transitar arrastrándose, con
la cabeza y el corazón pegados al suelo.
Y aún así, a pesar de seguir las instrucciones de
ensamblaje, ir recolectando arañazos, heridas, cicatrices, golpes, amputaciones,
muerte.
Y buscar a la responsable de esos dolores en una misma,
porque en el delito de ser mujeres viene incluida la condena.
En las instrucciones de ensamblaje de la mercancía
“Mujer” se explica que el modelo debe tener siempre la cabeza gacha; que su
posición más productiva es de rodillas; que el cerebro es prescindible y, no
pocas veces, su inclusión es contraproducente; que su corazón deber alimentarse
con frivolidades; que su ánimo debe sostenerse en la competencia contra su mismo
género para atraer al comprador, ese cliente siempre insatisfecho que es el
varón; que su ignorancia debe alimentarse para garantizar un mejor
funcionamiento; que el producto tiene la capacidad de automantenimiento y mejora
(y para eso hay una amplia gama de productos, además de salones y talleres de
hojalatería y pintura); que no sólo debe aprender a reducir su vocabulario al
“sí” y el “no”, sino, sobre todo, debe aprender cuándo debe decir estas
palabras.
En las instrucciones de ensamblaje del producto llamado
“Mujer” se da la garantía de que siempre tendrá la cabeza baja.
Y de que, si por algún defecto de fabricación
involuntario o premeditado, alguna levanta la mirada, entonces la implacable
guadaña del Poder le cercena el lugar del pensamiento, y la condena a sólo andar
como si ser mujer fuera algo por lo que hay que pedir disculpas, y para lo que
hay que pedir permiso.
Para cumplir con esta garantía hay gobiernos que suplen
su falta de cerebro con las armas y los sexos de sus policías; y, además, estos
mismos gobiernos tienen manicomios, cárceles y cementerios para las mujeres
“descompuestas” irremediablemente.
Una bala, un tolete, un pene, una reja, un
juez, un gobierno, en fin, un sistema le pone, a la mujer que no pide disculpas
ni permiso, un letrero que reza “Fuera de Servicio. Producto No
Reciclable”.
La mujer debe pedir permiso para ser mujer, y se le
concede si lo es según lo indicado por las instrucciones de ensamblaje.
La mujer debe servir al hombre, siempre siguiendo esas
instrucciones, para ser absuelta del delito de ser mujer.
En la casa, el campo, la calle, la escuela, el trabajo,
el transporte, la cultura, el arte, la diversión, la ciencia, el gobierno; las
24 horas del día y los 365 días del año; desde que nacen hasta que mueren, las
mujeres enfrentan este proceso de ensamblaje.
Pero hay mujeres que lo enfrentan con rebeldía.
Mujeres que en lugar de pedir permiso, imponen su propia
existencia.
Mujeres que en lugar de implorar perdón, exigen
justicia.
Porque las instrucciones de ensamblaje dicen que la mujer
debe ser sumisa y andar de rodillas.
Y, sin embargo, algunas mujeres hacen la travesura de
caminar erguidas.
Hay mujeres que rompen las instrucciones de ensamblado y
se ponen de pie.
Hay mujeres sin miedo.
Dicen que cuando una mujer avanza, no hay hombre que
retroceda.
Depende, digo yo desde mi machismo reloaded, mezcla de
Pedro Infante y José Alfredo Jiménez.
Depende, por ejemplo, si el hombre está frente a la mujer
que avanza.
Mi nombre es Marcos, tengo el defecto individual de ser
hombre, macho, varón; y la virtud colectiva de ser los que somos, las que somos
zapatistas.
Como tal, como tales, confieso que me asombra y maravilla
ver a una mujer levantarse y ver saltar, rotas en pedazos, las instrucciones de
su ensamblaje.
Es tan hermosa una mujer de pie, que da escalofríos el
sólo mirarla.
Y escuchar es eso, aprender a mirar…
Salud a estas mujeres, a nuestras compañeras presas y a
las que aquí se congregan.
Salud a su no tener miedo.
Salud a la valentía que nos contagian, a la convicción
que nos transmiten de que si no hacemos nada para cambiar este sistema somos
cómplices de él.
Desde la Otra Ciudad de México.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Mayo del 2006.
P.D. QUE PREGUNTA: ¿Qué castigo merecen los gobernantes,
mandos y policías que atacaron así a las mujeres, a nuestras compañeras? ¿Qué
castigo merece el sistema que ha convertido el ser mujer en un delito? Si
callamos, si miramos para otro lado, si dejamos que la brutalidad policíaca en
Atenco quede impune, ¿quién estará a salvo? ¿No es entonces de elemental
justicia la libertad de todas las presas y presos de Atenco?