Cuba amenazada por el “Anexo secreto” del Plan Bush para la isla
“Sin exagerar el peligro”, Raúl Castro advirtió sobre la posibilidad
cierta de una agresión militar contra Cuba y pidió a la comunidad
internacional que exija a Washington el destape de un “anexo secreto”
que complementa el plan de George W. Bush para la “transición a la
democracia” en la isla. Según el gobierno norteamericano, el anexo
permanece secreto “por razones de seguridad nacional” y para “asegurar
su efectiva realización”. Según Raúl Castro, no revelan el contenido de
ese anexo “porque es ilegal”. Fiel a su costumbre de “no comparecer con
frecuencia en público, salvo en los momentos en que se requiera”, el
dirigente que debió asumir transitoriamente la conducción del estado
cubano reveló al diario Gramma que en la madrugada del 1o de agosto,
“dando cumplimiento a los planes aprobados y firmados desde el 13 de
enero del 2005 por el compañero Fidel y después de hacer las consultas
establecidas, decidí elevar de manera sustancial nuestra capacidad y
disposición combativas, mediante el cumplimiento de las medidas
previstas, entre ellas la movilización de varias decenas de miles de
reservistas y milicianos.” “No podíamos –subrayó Raúl– descartar el
peligro de que alguien se volviera loco, o más loco todavía, dentro del
gobierno norteamericano”. El hombre que ha conducido durante décadas
las Fuerzas Armadas Revolucionarias piensa que el plan intervencionista
que Washington denomina “transición” no puede llevarse a cabo sin
agresión militar.
Según la retórica imperial, la transición sería hacia “la democracia”;
según los cuadros dirigentes de la revolución cubana significaría una
restauración lisa y llana del capitalismo neocolonial, que no podría
ejecutarse sin un descomunal baño de sangre. Desde hace más de una
década, pero de manera muy especial en los últimos tres años, los
diversos gobiernos de Estados Unidos han pretendido imponer en Cuba una
transición “rápida y pacífica hacia la democracia”. Así surgieron las
leyes Torricelli y Helms Burton; así pasó con administraciones tanto
republicanas como demócratas; ambas igualmente indiferentes a
principios internacionales consagrados como la no intervención y la
autodeterminación de los pueblos. Pero esta visión prepotente e ilegal
llegó al desborde con el gobierno de George W. Bush.
El 10 de octubre de 2003, Bush jr. anuncia la creación de una “Comisión
de Ayuda a una Cuba Libre”, porque “el régimen cubano no va a cambiar
por su propia iniciativa”. El 5 de diciembre de ese año, el entonces
secretario adjunto de Estado para Asuntos Hemisféricos, el ultramontano
Roger Noriega, establece que la “transición puede ocurrir en cualquier
momento y tenemos que estar preparados para actuar de manera decisiva y
ágil”. En enero del 2004, Otto Reich, un cubano-americano de talante
troglodítico, afirma que son importantes “los días y aún las horas de
la transición”.
A esa altura queda claro que para estos personajes la “transición” debe
comenzar tan pronto Fidel Castro deje de existir. Así lo dirá sin
ambages la secretaria de Estado Condoleezza Rice: (hay que) “prepararse
para cuando llegue la Cuba post Castro, la cual será democrática”. Para
que la propuesta intervencionista no quede en declaraciones, en mayo de
2004 George W. Bush hace público un mamotreto de 458 páginas: el
informe de la Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre, donde deja
establecido que los Estados Unidos se oponen a la continuación de un
gobierno comunista”. Y pocos meses después declara: “Creo que el pueblo
cubano debería ser liberado del tirano”.
Pero el afán colonial alcanza ribetes pornográficos el 28 de julio de
2005, cuando Condoleezza Rice anuncia la designación oficial de un
procónsul de la “transición”, el señor Caleb McCarry, asesor
republicano del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de
Representantes.
Por último, el 20 de junio último, de manera sigilosa, el Departamento
de Estado inserta en su sitio de Internet un documento complementario
del Plan Bush, que “descubren” como borrador algunos medios de Miami y
empiezan a difundir rápidamente. El 10 de julio, Bush se hace cargo
oficialmente del engendro y de su curioso anexo secreto.
El “anexo secreto” provocó la reacción inmediata de más de doce mil
personalidades mundiales de la cultura, la política y los derechos
humanos, incluyendo varios Premios Nobel.
El manifiesto de los Doce Mil (que sigue juntando firmas) advierte
sobre esta “amenaza contra la integridad de una nación, la paz y la
seguridad en América latina y el mundo” y exige que Estados Unidos
respete la soberanía de Cuba. Mientras tanto, en Washington, el
secretario adjunto para Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon,
descartaba en tono sarcástico la vía militar, pero insistía en la
“transición” y el procónsul Caleb McCarry, que tiene pleno apoyo de
Bush, emplazaba a los cubanos a “elecciones libres y justas” en “no más
de 18 meses”. Lo cual demuestra que no han sabido leer lo ocurrido en
la sociedad cubana en estos dramáticos días de agosto. No leyeron la
respetuosa ansiedad por la salud del líder, ni esa forma superior del
coraje que es la serenidad, ni la articulación de la comunidad en una
disciplina autoasumida. Tampoco parecen haberse percatado de que hay
instituciones y el pueblo las respeta.